La semana pasada me pasé The last guardian, el primer videojuego al que he jugado en mi vida. Lo jugué a cuatro manos con un iniciado en la materia, es decir, que unas veces hacía de copiloto e iba soltando los imprescindibles «por aquí, por allá, ¡coge ese barril!», y otras veces me ponía a los mandos para salvar peligros con ese amor de Trico, mezcla de gato y pájaro, a la vez que intentaba controlar la maldita cámara del mando, empeñada en dar vueltas y vueltas con apenas rozarla. Cuando acabó el videojuego me quedé envuelta en un hondo sentimiento que no me había causado jamás ninguna obra de ficción, escrita o audiovisual. Sólo lo puedo expresar diciendo que a lo largo del juego me había sentido como Bastián cruzando al lado de Fantasía en la segunda parte de La historia interminable, similitudes entre Trico y dragón de la suerte Fújur aparte.
Metaciberescribiendo
Mucho se viene hablando estos últimos años del combate entre el libro tradicional y el libro digital, combate en el que el segundo viste calzoncillo de favorito pero no acaba de soltarse y el primero aguanta más de los que muchos creían. Harían mejor en darse la mano y convivir en paz, ya que tienen esencia de complementarios más que de productos substitutivos, pero ahí están, luchando por el cinturón de mejor soporte textual, jaleados por el mundo de la edición, los fabricantes de lectores electrónicos de libros y Amazon, este último voraz fagotizador del nuevo entorno. En esta lucha, el libro digital o ebook parece que se ha disfrazado de libro en papel para caer mejor, con su tinta digital, su «hoja» digital y su posibilidad de subrayar y escribir notas. Pero cuenta con múltiples armas extras, como la posibilidad de insertar imágenes, vídeos y enlaces a Internet, que son las le dan una nueva dimensión, de forma que le hacen superar su carácter de soporte innovador para convertirlo en herramienta de creación a través del uso del hipertexto. Pero, ¿qué es el hipertexto? En general, el mundo editorial tradicional no lleva muy por la mano este tema, más preocupado por pasar su catálogo de papel a digital y por perseguir copias ilegales, que por idear propuestas dirigidas exclusivamente al medio electrónico, en convivencia pacífica con el papel.