La semana pasada me pasé The last guardian, el primer videojuego al que he jugado en mi vida. Lo jugué a cuatro manos con un iniciado en la materia, es decir, que unas veces hacía de copiloto e iba soltando los imprescindibles «por aquí, por allá, ¡coge ese barril!», y otras veces me ponía a los mandos para salvar peligros con ese amor de Trico, mezcla de gato y pájaro, a la vez que intentaba controlar la maldita cámara del mando, empeñada en dar vueltas y vueltas con apenas rozarla. Cuando acabó el videojuego me quedé envuelta en un hondo sentimiento que no me había causado jamás ninguna obra de ficción, escrita o audiovisual. Sólo lo puedo expresar diciendo que a lo largo del juego me había sentido como Bastián cruzando al lado de Fantasía en la segunda parte de La historia interminable, similitudes entre Trico y dragón de la suerte Fújur aparte.
Los viajes horripilantes de Martha Gellhorn
Martha Gellhorn quería llegar al lugar más desconocido de Creta. Fantaseando con una nueva peripecia, se había fijado en un punto remoto del mapa de la isla, un pueblo solitario en una bahía llamado Kastelli. Ya podía verse nadando desnuda en aguas cristalinas y bebiendo ouzo con los pescadores a la luz de la luna. Martha Gellhorn, que en ese momento estaba en Iraklio, la capital de Creta, cogió tres autobuses y tras un viaje eterno se plantó en Kastelli. La localidad resultó ser «una alcantarilla» de pobladores huidizos, su hotel «un cuchitril» y la bahía «una playita asquerosa». Tomaba el sol rodeada de basura, disfrutando de su horrible destino, cuando empezó a pensar en los viajes más terroríficos que había hecho. Lo de Kastelli no era nada comparado con el viaje a China que hizo llevando casi a rastras a su Compañero Reticente, por ejemplo, o aquel fatal recorrido por África buscando la verdadera África, siempre escurridiza, o la caza de submarinos alemanes que la llevó al Caribe. Martha Gellhorn decidió en ese instante que escribiría un libro sobre los peores viajes de su vida. Y así nació Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro (Altaïr, 2011).