Trabajé en Bellaterra Música Ediciones durante un año. Iba de la estación de Gràcia a la del pueblo de Bellaterra en ferrocarril, luego andaba por un camino a través del bosque durante 10 minutos y finalmente subía una cuesta monstruosa hasta la casa donde estaba la editorial. Todo esto lo hacía muchos días corriendo porque llegaba tarde, para frustración de Montse, a la que siempre prometía que la próxima vez sería puntual. Me encantaba el camino al trabajo. A dos paradas de ferrocarril la ciudad desaparecía y emergían las montañas, poderosas, mientras se sucedían edificios antiguos señoriales y pequeñas estaciones a cada cual más fría cuanto más lejos estaban. Y luego el atajo por el bosque, que cada mañana me hacía sentir como Caperucita (a veces iba dando saltitos, imaginando que era ella, y si veía a alguien que venía en mi dirección, a lo lejos, me cagaba de miedo urbanita). ¡Pero mira que era guay atravesar un bosque para ir a currar!