Aquella llamada de madrugada dejó a Brigitte Reimann sin vacaciones. Por teléfono, Kurt Turba, su jefe y amante ocasional, le daba la noticia: la mandaba a Siberia a «trabajar hasta caer rendida». Le aconsejaba llevar un par de jerséis porque podía hacer frío y le prohibía negarse.
Brigitte se sentó en la cama, no pudo volver a dormir en toda la noche. Tendría que postponer sus planes para ir al lago Schwerin con Hans, su pareja y futuro tercer marido, a «atrapar cangrejos y robar pescado». Y luego estaba lo de su pánico a volar.
Era julio de 1964 y Brigitte Reiman, escritora joven, feminista y crítica del viejo comunismo, era una figura popular en la RDA, la antigua Alemania comunista. El Muro de Berlín había cumplido tres años de existencia y los intelectuales de la Alemania del Este todavía creían, de forma paradójica, que el aislamiento del mundo capitalista que les otorgaba el Muro era positivo para crear un debate social que les llevara a construir un comunismo más aperturista.